sábado, 19 de abril de 2008

Un rey escucha

Este cuento de Italo Calvino es un genial ejemplo de la ambiguedad semántica del sonido. Y, sin quererlo, destruye esas posturas que menosprecian cierta música acusmática o electroacústica por utilizar sonidos referenciales. ¿Quien puede decir, después de leer este cuento, que los sonidos tienen una y sólo una referencia, o un sólo significado?

El argumento es simple: un rey vive sentado en su trono, aislado y aferrado a su cetro, y el único contacto que tiene con el mundo exterior es a través del oído, a través de lo que escucha. Los sonidos que le llegan no son más que los de la vida cotidiana de su palacio. Pero a la vez todo puede indicar que se está armando y gestando la conspiración que lo derrotará.

Van algunos párrafos como ejemplo

El palacio es una urdimbre de sonidos regulares, siempre iguales, como el latido del corazón, del que se separan otros sonidos discordantes, imprevistos. Una puerta se golpea, ¿dónde?, alguien corre por las escaleras, se oye un grito sofocado. Pasan largos minutos de espera. Un silbido largo y agudo resuena, tal vez desde una ventana de la torre. Responde otro silbido, desde abajo. Después, silencio.

¿Hay una historia que vincula un ruido con otro? No puedes por menos que buscar un sentido, que tal vez se esconde no en cada uno de los ruidos aislados sino en el medio, en las pausas que los separan. ¿Y si hay una historia, una historia que te concierne? ¿Una sucesión de consecuencias que terminará por envolverte? ¿O se trata sólo de un episodio indiferente, de los tantos que componen la vida cotidiana del palacio? Cada historia que crees adivinar remite a tu persona, en el palacio nada sucede en que el rey no tenga una parte, activa o pasiva. Del indicio más leve puedes extraer un auspicio acerca de tu suerte.

Para el ansioso, cada signo que rompe la norma se presenta como una amenaza. Te parece que cada mínimo acontecimiento sonoro anuncia la confirmación de tus temores. ¿Pero no podría ser cierto lo contrario? Prisionero en una jaula de repeticiones cíclicas, aguzas esperanzado el oído a cada nota que perturba el ritmo sofocante, a cada anuncio de una sorpresa que se prepara, a las barreras que se abren, a las cadenas que se rompen.
Tal vez la amenaza viene más de los silencios que de los ruidos. ¿Cuántas horas hace que no oyes el cambio de los centinelas? ¿Y si el destacamento de los guardias que te son fieles hubiese sido capturado por los conjurados? ¿Por qué no se oye el habitual entrechocar de las cacerolas en la cocina? Tal vez los cocineros fieles han sido sustituidos por un equipo de sicarios, acostumbrados a envolver en silencio todos sus gestos, envenenadores que en este momento están impregnando silenciosamente de cianuro las comidas...

Pero quizás el peligro anida en esa regularidad. El trompetero lanza su son alto y agudo a la hora exacta de todos los días, ¿pero no te parece que su aplicación es excesiva? ¿No notas en el redoble de los tambores una obstinación extraña, como un exceso de celo? El paso de marcha del destacamento que repercute a lo largo del camino de ronda parece marcar hoy una cadencia lúgubre, casi de pelotón de ejecución... Las orugas de los tanques se deslizan sobre el pedregullo casi sin chirriar, como si los mecanismos hubieran sido más aceitados que de costumbre: ¿con vistas a una batalla?

Tal vez las tropas de la guardia ya no sean las que te eran fieles... O bien, sin haber sido sustituidas, se hayan pasado al bando de los conjurados... Tal vez todo sigue como antes, pero el palacio está ya en manos de los usurpadores; todavía no te han detenido porque ya no cuentas; te han olvidado en un trono que ya no es un trono. El desarrollo normal de la vida del palacio es la señal de que el golpe de estado se ha producido, un nuevo rey se sienta en un nuevo trono, tu condena ha sido pronunciada y es tan irrevocable que no hay razón para apresurarse a cumplirla...

No desvaríes. Todo lo que se oye mover en el palacio responde exactamente a las reglas que has impartido: el ejército obedece a tus órdenes como una máquina en marcha, el ceremonial del palacio no se permite la más mínima variante en la tarea de poner y quitar la mesa, descorrer las cortinas o desenrollar las alfombras de honor según las instrucciones recibidas; los programas radiofónicos son los que estableciste de una vez para siempre. Tienes la situación en mano, nada escapa a tu voluntad ni a tu control. Incluso la rana que croa en el estanque, el bullicio de los niños que juegan al gallo ciego, los tumbos del viejo
chambelán por las escaleras, todo responde a tu designio, todo ha sido pensado, decidido, deliberado aun antes de que fuese perceptible para tus oídos. Aquí no vuela ni una mosca si tú no lo quieres.

Pero quizá nunca has estado tan cerca de perderlo todo como ahora que crees tenerlo todo en un puño. La responsabilidad de pensar el palacio en cada detalle, de contenerlo en la mente te obliga a un esfuerzo agotador. La obstinación en que se funda el poder nunca es tan frágil como en el momento de su triunfo.

Por supuesto tiene muchas lecturas más que esta que estoy proponiendo, especialmente en este último párrafo. Pero, por supuesto, me atrajo mucho la sonora/musical.

El cuento pertenece al libro "Bajo el sol jaguar". Si lo querés leer on line podés ir a este link.