jueves, 20 de agosto de 2009

Pequeño credo - Pequeño juego

No me gustan las especulaciones relacionadas a la composición musical. Hasta me animo a decir a la creación artística. No compongo para satisfacer ningún tipo de especulación, sea intelectual o científica (¿debería decir pseudo científica?) Componer y especular se oponen. Prefiero vivir rodeado de compositores antes que de especuladores. Te lo confieso: las especulaciones de este tipo me aburren. Pero no se lo digas a nadie.

Compongo para satisfacer un deseo. Un deseo vital. El deseo de explorar, construir y comunicar. El deseo de seducir. El deseo de jugar. Un deseo erótico en definitiva.

¿Que es lo que deseo explorar a la hora de componer? En primer lugar mi imaginación. Para mi componer es una exploración, una búsqueda de ver o escuchar hasta donde puedo llegar con la imaginación en ciertos momentos, en determinado lapso de tiempo, puede ser un día, un año. No importa cuantos medios tenga a mi alcance. No es un tema de riqueza o pobreza tecnológica. Es una cuestión de riqueza. Pero de imaginación.

Las grandes obras de la historia de la música son grandes por muchos motives. Pero uno de ellos, sin duda, es que hoy nos siguen sorprendiendo y nos van a seguir sorprendiendo con cada escucha. Por supuesto no hablo solo de Beethoven, Strawinsky o Ligeti. También hablo de The Beatles, Paco de Lucía o Piazzola, entre otros.

Pequeña ambición: quisiera sorprenderte.

Envidio el uso de una palabra tanto en Inglés como en Francés: play/jouer. Se utiliza tanto para tocar un instrumento, o sea para hacer música, como para jugar. Hacer música como juego. El juego de hacer música. Jugarse a hacer música, a decir lo que uno quiere decir con sonidos. Pequeña duda: ¿seré un buen o mal jugador? No importa. Quiero jugar.

La única gran diferencia es que en este juego nadie gana. Ni pierde. Es un juego como el que juega Alicia en su mágico país: una carrera donde cada uno corre hasta donde quiere, en la dirección que quiere y el tiempo que quiere. ¿Y quien gana? No importa. Si llega a ser importante lo decidimos en el momento.

Juego mientras compongo. Juego a transformar sonidos, a disfrazarlos, travestirlos, a hacerles pasar buenos o malos momentos. Juego a combinarlos, mezclarlos, fusionarlos o fundirlos. A acercarlos o alejarlos, a que aparezcan de golpe o a que estén quietitos apenas haciéndose notar. Juego hasta agotarlos, hasta que queden rendidos, exhaustos. Hasta que me digan “basta, seguí con otro”.

Pequeña sonrisa: lástima que en castellano la palabra sonido sea masculina…

Juego a alcanzarme. A alcanzarte. A que en un impreciso momento dibujes una sonrisa o retengas una lágrima, quizás entendiendo algo de lo que yo apenas tuve una intuición, quizás reconociendo ciertas sombras de las que yo sólo percibí un reflejo.

Juego a que tocamos y agarramos sonidos. Todos.

Los “amasamos” como ritual de gato preparándose a dormir su interminable siesta, para hacerlos parte de nuestro sueño.

Un sueño musical. Del que recién vislumbro su comienzo.

Y que hace tanto deseo hacer.