viernes, 29 de mayo de 2009

Algo más de Sandor Márai

Hay ciertos elementos fatales en la vida de las personas que vuelven una y otra vez, como la música. Entre mi madre, Krisztina y tú, estaba la música como aglutinante. Probablemente la música os decía algo, algo imposible de expresar con palabras o con acciones, y probablemente os decíais algo con la música, y ese algo que la música expresaba para vosotros de manera absoluta, nosotros, los diferentes, mi padre y yo, no lo comprendíamos. Por eso nos sentíamos unos solitarios entre vosotros. A ti te hablaba la música y a Krisztina también, y así hablabais entre vosotros dos, incluso cuando entre Krisztina y yo ya se había extinguido toda clase de conversación.

Odio la música —dice con voz más elevada y ronca: la primera vez en toda la noche que sus palabras delatan una emoción—. Odio ese lenguaje armonioso, incomprensible para mí, que ciertas personas utilizan para charlar, para decirse cosas inefables que no responden a regla alguna, ni a ninguna ley: sí, a veces pienso que todo lo que se expresa a través de la música es maleducado e inmoral. Cómo se transforman los rostros cuando están escuchando música. Krisztina y tú no perseguíais la música, no recuerdo que tocarais juntos, a cuatro manos, y nunca tocaste nada para Krisztina al piano, por lo menos en mi presencia. Parece que el pudor y el tacto impidieron que Krisztina escuchara música junto a ti en mi presencia.

Y como la música no tiene ningún significado que se pueda expresar con palabras, probablemente tenga algún otro significado, más peligroso, puesto que puede hacer que las personas se comprendan, las que se pertenecen no sólo por sus gustos musicales, sino también por su estirpe y su destino. ¿No crees?

El último encuentro - Sándor Márai