domingo, 21 de febrero de 2010

No tengo tele

Felicitaciones me dijo el doctor. Su nivel de colesterol cerebral ha disminuido notablemente. ¿En serio dotor? ¿Usted quiere decir que se me está yendo, o diluyendo, la cantidad de grasa acumulada en el cerebro que dificulta el normal funcionamiento de mis neuronas? Efectivamente su grasa cerebral está disminuyendo. Pero esto no quiere decir que podamos hablar de un normal funcionamiento de sus neuronas. Eso tenemos que ir evaluándolo con el tiempo. Usted hace música electroacústica, no? Si dotor, ya sé de que habla...dije mirando tímidamente al piso. No se ponga así. Al menos es un comienzo. Le dí la mano, no sin cierta emoción contenida, y salí rápido del consultorio.


Desde hace unos meses, y por razones absolutamente personales, estoy sin tele. Sin televisión para ser más precisos. Pero voy a ser más preciso todavía para que no creas que soy un marciano o un hallazgo arqueológico. Tengo pantalla. Tranquilo/a. Tengo una laptop (que moderno que soy) y una computadora. Y banda ancha (guau!!) En un primer momento tuve el típico síndrome de abstinencia: no podía. No podía estar sin la tele funcionando en mi cena, en mi pos cena, en mi pre cena, etcétera. Entonces decidí empezar a ver películas que hacía tiempo quería ver y nunca tenía tiempo. Empecé a bajar películas, las que se me ocurría, las que se me daba la gana. Y alguna que otra serie también. Para consumo personal, nada más. Las veo y las borro. Y de golpe, casi sin querer, me acostumbré.

¿Sabés cuando me dí cuenta? Un día fui a un bar a tomar algo y, gracias a esa genial y brillante idea que tuvieron los dueños de algunos bares de Buenos Aires de poner teles gigantes en sus locales, volví a ver algo de esa realidad. Ufff....Me dije: que lejos que estoy de eso. Que bien me siento de no ver esas publicidades, de no escuchar esos opinólogos "objetivos" de saco y corbata, de no escuchar hablar ni ver nada de la farándula. El primer síntoma fue mi hígado. Tomé conciencia, al verme en un espejo, que ya no estaba amarillo.

Pero no es fácil. No creas. Una amiga me dijo ¿cómo que no sabés quien es R. F.? No...no se. Pero...¿en que mundo vivís? Tuve ganas de contestarle ¿y quien te dijo que la tele es el mundo? ¿quien te dijo que la única realidad es la televisiva? ¿quien te hizo creer que si no sabés que pasa en la tele estás fuera de la realidad? ¿porqué creés que hay una sola realidad? Pero claro, estábamos cenando un asado espectacular y reconozco que algún instinto primitivo prefirió satisfacer mis papilas gustativas antes que ponerme en defensor de principios insustentables. De carne somos.

Ahora creo que dí un paso adelante. Que llegué a un punto donde no hay vuelta atrás. No voy a poner ninguna antena, ni contratar ninguna empresa de cable. Te lo recomiendo. Si querés ver algo, lo buscás. Y seguramente vas a estar a salvo de una realidad tan hipócrita como vertiginosa, tan mediocre como masiva. Y nada de esto es casual.

Insisto: te lo recomiendo. Preguntale a mi dotor sino me ve mejor. Ya sé. Me falta todavía, nadie es perfecto. Pero algo de esa grasita empezó a bajar. Y no te puedo explicar lo bien que hace...