La última vez que nos habíamos visto fue en el cumpleaños de Julio. Quedamos en juntarnos los tres lo antes posibles y, después de algunos mensajes y mails, pudimos encontrarnos. Siempre lo pasamos muy bien. Tenemos una cierta complicidad más allá de que no coincidamos en todo. Especialmente en gustos musicales.
Lástima la fecha. Por ocupaciones varias no nos quedó otra que encontrarnos un 23 de Marzo, un día antes del aniversario del inicio del llamado "proceso", la genocida dictadura militar que asoló al país durante los años 1976 - 1983. Pero era mejor estar con ellos que quedarme en casa.
Llegué un poquito tarde. El tráfico y algún llamado de último momento conspiraron contra mi puntualidad. Pero ahí estaban: Primo, el tano, y Milan, el checo, ya entonados y de muy buen humor. - Que hacés pibe, me gritó Milan. - Tenés mucha cara de porteño hoy, observó agudamente el tano. Si...les dije. No estoy con el mejor humor de mi vida. Pero no importa, todo bien. ¿Que pidieron? -Tomá...brindemos que todavía está fría.
Traté de plegarme a los temas de siempre: música (como nos agarramos con Milan), poesía, mujeres, gastronomía...todo lo que sea sensitivo, sensible, mechándolo con algunas cuestiones sociales. Nos apasionábamos y pasaban horas sin que nos diéramos cuenta. Pero si bien traté, no me salía. Me distraía, me iba. Ya sé que no les llamaba mucho la atención, no era raro verme cada tanto un poco ido, pero esta vez era un poco más notorio.
-Cambiá la onda, me dijo Milan después de un buen rato de paciencia. Primo me observaba silenciosamente. Como si quisiera que hablara. - Si si...trato de cambiarla, pero hoy me anda dando vueltas en la cabeza algo que no me lo puedo sacar de encima, un recuerdo horrible. -Contános. Vos sabés que hablar de ciertos recuerdos hace bien. Además, en cierta manera todo es un testimonio, me sugirió Primo casi susurrándome al oído. Respiré hondo, junté fuerzas y lo empecé a largar -Tiene que ver con la fecha de mañana. Pero es un recuerdo en forma de frase que escucho una y otra vez taladrándome el cerebro: "yo no sabía nada". ¿Cómo pudo haber tanta gente que no sabía nada de las barbaridades que pasaban, de los crímenes que había prácticamente en la puerta de sus casas? ¿No sabían, no querían saber o se hacían los que no sabían?
- Muy bien, descubriste la pólvora! me disparó Milan sin contemplaciones. -El terror, querido, el terror, decía Primo mirando a lo lejos. - El terror? Yo vi a personas nada aterrorizadas y muy felices de no saber nada. - Si...te entiendo perfectamente. Hay de todo y no es algo nuevo. Hasta te diría que pasa siempre. Te cuento, y esto lo sé porque lo viví, que en la Alemania de Hitler pasaba lo mismo: el que sabía no hablaba, el que no sabía no preguntaba, el que preguntaba no tenía respuesta. El típico ciudadano alemán conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando la boca, los ojos y las orejas tenía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por tanto de no ser cómplice de todo lo que ocurría ante su puerta.
- Totalmente, le dije. la ignorancia es sinónimo de inocencia. En un acto reflejo le quise tocar el brazo pero casi tiro la botella. Cada vez estoy más torpe... - Yo no sabía nada, por tanto no hice nada para evitarlo. Pero no se me puede culpar por ello. Yo no sabía, soy inocente.
- Es cierto, acotó Milán mientras sus ojos se iban tras las curvas de una morocha infernal. Tengo ciertos recuerdos de la invasión a la República Checa: había muchos funcionarios comunistas que decían no saber lo que pasaba. Pero...¿de verdad no sabían? ¿O aparentaban no saber? Había algunos que si o si tenían que saber algo de los horrores que habían ocurrido y no paraban de ocurrir en la Rusia de Stalin. Sin embargo, es probable que la mayoría de ellos, no supiera nada. Y en ese momento, de una manera casi casual, me dí cuenta que la cuestión no es si sabían o no sabían, sino: ¿somos inocentes si no sabemos?
- Buen punto Milan. ¿Que tomaste?. Vos sabés que... - Pará, pará, me cortó Primo. No lo interrumpas. Seguí un poco más, dale que está bueno.
-Se acuerdan de Edipo, no?- retomó Milán. -La historia es conocida y está publicada en muchos sitios. Pero hay algo que me fascina: Edipo no sabía que se encamaba con su madre, con la que había tenido cuatro hijos, ni que había matado a su padre. Cuando lo supo, no se consideró inocente y se auto-infringió un castigo terrible: se quitó los ojos repudiando la ceguera que sentía por no haber visto la realidad antes, y se hizo expulsar de la ciudad. Ceguera y destierro. No se anduvo con vueltas ni lo dudó. No sabía nada pero con eso no justificaba su inocencia.
- Que fuerte...pero es así. ¿quien puede creerse o sentirse inocente con sólo cerrar los ojos? -Se preguntó Primo mirando su vaso que parecía pedir más. -Por otro lado el hecho de saber, y hacer saber, difundir lo que pasaba, es un modo (quizá tampoco tan peligroso) de tomar distancia, por ejemplo con respecto al nazismo; pienso que el pueblo alemán, en general, no usó de ello, y de esta omisión, encima intencional, lo considero totalmente culpable.
No sé porqué pero cuando terminó de decir esto empecé a sentir un sudor frío y un muy pequeño estremecimiento que empezaba a correr por mi cuerpo. Miré a mi alrededor, quizás buscando una mirada cómplice, una mirada amiga...pero todas las miradas iban hacia una pantalla de no sé cuantas pulgadas donde estaban pasando algún partido de fútbol. El estremecimiento empezó a convertirse en temblor.
- ¿Y que se hace con esta culpa? Pregunté casi tímidamente. -Digo, porque en el caso de los criminales es relativamente sencillo: juicio y castigo. ¿Pero cuando hablamos de toda una sociedad, de todo un pueblo?
Me miraron fijo, en silencio. Se miraron. -Bueno, empezó el tano, ...así en abstracto no se puede hablar...la historia puede ir dando oportunidades de superar estas culpas, pero depende de tantos factores...sobre todo de que voluntad, que ganas hay de admitir la propia culpa. No digo llegar al extremo de Edipo, pero...dijo con cierto tono humorístico para cambiar mi evidente aturdimiento.
-No sé...cada tanto miro a mi alrededor y...pienso inclusive en cosas que estan pasando hoy mismo...a veces tengo la horrible sensación que nadie se hace cargo de nada...y...no sé, no entiendo nada...
-No sabés ni entendés! Quedate tranquilo entonces....sos inocente!! -me dijo Milán riéndose casi a los gritos. - No pará, no quise decir eso. Era claro. Se me notaban los nervios - Aflojate un poco, pibe, suavizó Primo levantando su vaso. - Último brindis: me tengo que ir. - Yo también, se apuró Milán. Voy a un concierto por acá cerca. Venís? - No, gracias. Me quedo un rato más. Quiero estar un poco sólo, pensando en todo esto que hablamos.
- Pensá que hace bien. Sin contemplaciones. Las palabras de Primo no dejaban de sonar tiernas, acompañadas de unas suaves palmeadas en la espalda. -Y reíte: de todo. Si seguís sin entender nada al menos lo pasas bien - remató Milán con su sonrisa caraterística.
Y se fueron. Los vi alejarse, despedirse e irse cada uno para su lado. Agarré mi vaso, casi vacío, y me perdí en las sinuosidades del líquido mientras lo movía suavemente. Empecé a tener la extraña sensación de que mis palabras se disolvían, de que por más que me pregunte porqué y porqué una y mil veces, lo único que iba a lograr era una capa más densa de espuma que poco a poco se iba a ir diluyendo, evaporando y armando una especie de volátil sopa de letras con más enigmas a resolver.
Quizás se trate de eso. Nunca nos bañamos en el mismo río, decía mi amigo el griego. Seguramente no estemos siempre preguntándonos lo mismo. O quizás todo sea un espiral, una rueda absurda que gira sin gravedad, un Truman Show donde alguien se divierte poniéndonos cada tanto a prueba con las atrocidades más salvajes.
O quizás sea así porque si y no hay que darle tantas vueltas.
Pero ya sabés como soy...¿no te venís un ratito a tomar algo?