jueves, 1 de abril de 2010

Buscando el silencio perdido

¿Te acordás que hace un tiempo hablábamos del silencio? Bueno...en realidad más que hablar reconozco que estuve un poco "monologante" contándote algunas anécdotas y mostrándote casi sin pudor ciertas obsesiones que tengo sobre el silencio. Quizás fue algo premonitorio de ciertas situaciones algo ruidosas que estoy viviendo hoy. Pero no importa eso ahora. Lo que te quería contar es que ando leyendo un libro, "La palabra amenazada" de Ivonne Bordelois, que tiene un par de párrafos sobre el tema que están buenos y dan para charlar y discutir un poco. Te anticipo una frase: la cultura contemporánea destruye el silencio.

Aquí van. Después contame.
"La cultura masificante desconfía del lenguaje porque (...) la conciencia crítica de la lengua es el comienzo de toda crítica. Según Saussure, el modesto y misterioso suizo que funda la lingüística contemporánea, la lengua es el sistema social más poderoso porque está grabado fundamentalmente en el inconsciente. Por eso, para aparecer ante nosotros mismos, la primera recuperación que nos es obligatoria es el reconocimiento de nuestro lenguaje. Ésta es precisamente una de las más poderosas razones por las cuales las grandes culturas contemporáneas no favorecen el desarrollo de la conciencia lingüística o la restringen solamente al malabarismo de la propaganda comercial. Una cultura masificante entorpece el acceso a los estratos más profundos del lenguaje y de su conciencia, transmite prejuicios sin delatarlos, empobrece el vocabulario u olvida sus refrescantes orígenes.

Y precisamente porque se opone al lenguaje, la cultura contemporánea destruye el silencio, que es la condición primera y fundamental de la palabra genuina, la que viene de lo necesario y lo íntimo y no es simple resorte de respuesta mecánica. Una tecnología que es capaz de colocar un hombre en la luna pero que no alcanza a inventar silenciadores para las aspiradoras o para las cortadoras de pasto representa una cultura que detesta tanto el silencio como el diálogo vivificante y tranquilo que del silencio emana, y se encamina categó ricamente a destruirlos. Lo vociferante de nuestras ciudades, los decibeles de una música deleznable que de continuo aturde y ensordece, desafiando e impidiendo toda forma de comunicación, son modos patentes de una violencia cada vez más invasora que sólo se sacia con la obstrucción de la conciencia, en particular de la conciencia que se alimenta de los poderes del diálogo sosegadamente nacido en el silencio."