lunes, 23 de marzo de 2009

Frente al límite

Una vez más, otro aniversario del 24 de Marzo. Va a ser siempre así. Algunos días antes o después nos vamos a encontrar intentando entender, intentando no olvidar, viendo crecer a los más niños y preguntándonos como se vincularán con el período más negro de nuestra historia. Es muy fuerte: el 24 de Marzo es para siempre. Ojalá también lo sea el "Nunca más"

No estoy particulamente inspirado para escribir algo en este día. Simplemente quiero compartir apenas un párrafo. Bueno...tres párrafos. Son del libro"Frente al límite" de Tzvetan Todorov que estuve leyendo hace poco y que realmente me impactó. Con impresionante conocimiento de bibliografía, sumado a sus propias experiencias de vida, reflexiona sobre el hecho histórico y humano de los campos de concentración, centrándose en los alemanes y rusos, pero sus conclusiones se pueden generalizar a otras geografías y épocas mas cercanas. Es impresionantes ver que frases como "yo no sabía" "yo sólo cumplía órdenes" "no se podía hacer nada" estuvieron presentes en todo momento en que ocurrieron estos horrores.

Aquí van. Vale la pena leerlo. Y muy especialmente en estos tiempos duros que parecen venir. No sea cosa que nos agarre distraídos...

"Al final de este recorrido a través de los círculos de la complicidad con el mal, parece imponerse una conclusión un poco sombría: los testigos, en general, cercanos o lejanos, han dejado hacer (aunque algunas excepciones puedan ponerse de relieve). Ellos sabían; pudieron ayudar y no lo hicieron. Por todas partes se encuentran siempre individuos que manifestaron preocupación por las víctimas; pero el grueso de las poblaciones, incontestablemente, dio pruebas de indiferencia. Las lígeras distinciones que puedan observarse de un país a otro no son decisivas, aunque así pueda parecer a quienes han sufrido un rechazo de parte de la población de tal o cual país. Alemanes y rusos, polacos y franceses, estadounidenses e ingleses se equiparan desde este punto de vista. Todos han dejado hacer. El dolor de otro nos deja fríos si para remediarlo debemos renunciar a nuestra tranquilidad.

No era verdaderamente necesario ir a los campos para saber que existían. Todos los días, alrededor nuestro, se perpetran actos de injusticia, y nosotros no intervenimos para impedirlos. (...) Nos resignamos a las guerras presentes y futuras. Nos habituamos a ver la pobreza extrema en torno nuestro y a no pensar en ella. Las razones invocadas son siempre las mismas: yo no sabía, y si lo hubiera sabido no hubiera podido hacer nada. Conocemos, nosotros también, la ceguera voluntaria y el fatalismo. En este sentido (pero solamente en este sentido) el totalitarismo nos revela lo que la democracia deja en la penumbra: que al final del camino de la indiferencia y del inconformismo aparecen los campos de concentración.

¿Hay que exigir, por tanto, que cada uno tome sobre sí todo el peso del dolor de la humanidad y no duerma tranquilo en tanto que subsista la menor de las injusticias? ¿Que se piense en todos y no se olvide a nadie? No, por supuesto. Semejante tarea sería sobrehumana y mataría a quien la asumiera antes de que pudiera dar el primer paso. El olvido es grave: pero es también necesario. Nadie salvo el santo podría vivir en la estricta verdad, renunciando a todo bienestar y a todo consuelo. Debería poderse fijar un objetivo más modesto y accesible: en tiempos de paz, preocuparse del grupo de los seres cercanos y, en tiempos de aflicción, encontrar en uno mismo las fuerzas para ampliar ese grupo más allá de sus límites habituales y reconocer como cercanos incluso a aquellos cuyas caras nos son desconocidas."